Alfonso del Val: Un contenedor de conocimiento, honestidad y coherencia.

Recuerdo fácil la primera vez que pude si quiera intercambiar unas palabras con Alfonso. Yo entonces era estudiante de Sociología en la Complutense de Madrid y, junto con compañeros de otras facultades, tratábamos de articular un movimiento de nueva izquierda que, sin romper con el marxismo queríamos incorporarle tintes libertarios y expresiones de lo que entonces se empezaba a reconocer ya como nuevos movimientos sociales: el feminismo, el antimilitarismo y el ecologismo, principalmente. Sabíamos ya que las ayudas exteriores e interiores habían dado alas a un partido -el socialista- que, desaparecido en la dictadura, daba claras señales de ser ya el hegemónico dentro de la izquierda. Intuíamos que en el previsible juego de la alternancia institucional estaban llamados a ser un partido de gobierno y que poco a poco iría arrinconando sus raíces de clase para situarse como de gestores eficaces de un sistema por ellos incuestionable. Teníamos claro, también, que el PCE iría cediendo cuadros y votantes al posibilismo socialdemócrata toda vez que habían abandonado su espacio más natural y se desplazaba claramente hacia un entorno institucional en el que ya se había instalado la marca rival y donde no tendría jamás ni protagonismo ni proyeción. Y palpábamos, asimismo, como las otras expresiones de la izquierda, fracturadas más desde las señas de identidad ideológica que por praxis y objetivos en el corto y medio plazo, iban perdiendo espacio en la calle y no conseguían en los refrendos electorales apoyos significativos. Era tiempo de intentar amalgamar voluntades y sensibilidades más tradicionales con otras nuevas que, tal vez sí desde el sectorialismo, eran capaces de aglutinar cada vez a más gente en la denuncia de una sociedad autoritaria, machista e insostenible.

Veníamos todos de un conversar fluido con los mandarines del conocimiento social de la época – Moya, Ibáñez, Lucas, Ordoñez, Trías, Martín Santos, Villasante…- y sentíamos verdadera curiosidad por conocer a las dos figuras reflexivas más interesantes para nosotros del ecologismo: Mario Gaviria y Alfonso del Val. Pensábamos que, tal vez, podrían darnos luz al esfuerzo constructivo que pergeñábamos.  Con el primero nos fue fácil hacerlo en el entorno universitario. Con el segundo tuvimos que ir a un local de la madrileña calle Segovia donde estaba sita la sede de la revista El Ecologista. Acostumbrados a tratar con el formalismo académico, Alfonso nos sorprendió al momento por la naturalidad con la que se expresaba. Lejos de intentar darnos lecciones de nada, nos dio durante más de 2 horas y medias una auténtica master class sobre cómo en el consumismo exacerbado estaba liquidando recursos y espacios en el planeta y cómo había que reorientarlo en todos los órdenes si queríamos garantizar su pervivencia. Me recuerdo en alguna ocasión con la boca abierta porque no había tacha en lo que nos contaba y, además, porque lo hacía de una forma tan didáctica y asequible que aún cuando nos soltaba algún argumento con basamento en alguna formula física o química, éramos capaces de entenderle. Cuando indagamos sobre su posición política, nos dimos cuenta de que era uno de los nuestros, pero también que sería difícil que pudiéramos captarle para un proselitismo militante, además, todavía poco definido. Luego, en el transcurrir de los años, me di cuenta que una persona con tanta capacidad para hacer fluir pensamientos propios, para matizar cualquier propuesta ajena, para sentir la libertad de manera tan extrema, hubiera sido imposible captarle para cualquier estructura orgánica que atisbara algo de centralismo democrático. Así que menos mal que no le propusimos nada de ese tipo por más que necesitáramos referencias de liderazgo para nuestro proyecto.

Tal vez por que de aquella reunión no salió más que agradecimiento y admiración, pudimos seguir teniéndolo como un referente sobre las materias propias del ecologismo. Asistíamos siempre que podíamos a sus charlas y debates, y siempre salíamos reafirmados de que la izquierda tenía que beber de gente como él. Por entonces el movimiento antinuclear era pujante y su creatividad combativa hacía que se diseminara por capas importantes de la sociedad no sólo un sentimiento contrario ante lo nuclear y su terror intrínseco, sino también, en favor, de las energías libres. Alfonso ya sobresalía por rigor y capacidad comunicativa y creo que fuimos cientos los que abrazamos el ecologismo militante en gran medida porque, con su capacidad dialéctica y sus disimuladas dotes persuasivas, nos iba guiando hacía el movimiento desde el razonamiento y las propuestas alternativas.

Tuve ocasión, allá para el año 83, de colaborar con él en un proyecto que, financiado por la Comunidad de Madrid, trataba de definir una experiencia que aunara gran parte de lo que era el acerbo propio de Alfonso. Agricultura biológica, reciclaje integral, arquitectura bioclimática, energías libres… se reunían en una propuesta de redefinición de las actividades agrarias desde claves sostenibles en un entorno periurbano. Mientras íbamos definiendo actividades y actuaciones encontramos nuestra Itaca particular en un molino en Tielmes y sobre el mismo y la finca aledaña dibujamos lo que debería haber sido una experiencia piloto con vocación de ejemplo vivo de cómo se podían mantener otro tipo de relaciones con el medio en los espacios agrarios.  Me viene a la cabeza, ahora en este repensar, que, encerrado en su casa, me pasaba horas y horas preguntándole sobre todas las cuestiones que planteaba, consciente de que pocas veces podría disponer en mi vida de un profesor particular full time de tantísimo nivel. Y me viene también, cómo después de un magno esfuerzo, los 700 folios pasaron a engrosar el almacén de proyectos no conclusos de la Administración. Nunca he llegado a saber porqué se encargan tantos y tantos trabajos con voluntad clara de no ejecutarse, y porqué somos tantos los tan tontos que los hacemos a sabiendas de que casi nunca se manifiesta la voluntad de desarrollarlos. Uno habrá participado en la elaboración de cerca de 8 o 10 proyectos así, pero me consta que a Alfonso, las distintas administraciones, le han impedido  la puesta en marcha de interesantísimos proyectos y planes, sólo por no tener aquellas el valor suficiente para enfrentarse al status quo empresarial y cambiar las cosas hacía lo conveniente.

En ese tiempo, compartí con él sus andanzas en Iruña con el Equipo Lorea, con el que estaba diseñando la primera experiencia municipal de recogida selectiva de basuras en una capital de provincia.  Con una energía sólo propia de quienes están convencidos de lo que hacen y porqué lo hacen y, articulando cien y una formas de socialización de unas prácticas comunitarias novedosas, el programa y las actuaciones de Lorea quedan marcadas con un ejemplo del deber ser en materia de recogida y tratamiento de los residuos. Recuerdo como mi familia de Pamplona, adicta al conservadurismo tan propio en sectores marcados del navarrismo, participaron, sin emabrgo, activamente en las actividades planificadas por Lorea de forma que también ellos modificaron, al tiempo que reciclaban, actitudes y conceptos, para satisfacción personal que, desde siempre, había huido de hablar en casa de esos temas y que ahora encontraba empatía cuando lo provocaba.  En esta ocasión los papeles no se quedaron en el cajón y fue la miopía política de una parte de la izquierda navarra la que impidió, tras un año de importantes logros, que la experiencia tuviera la continuidad debida. Iruña perdió con ello la posibilidad de ejemplificar nuevas vías desde el que solucionar uno de los problemas de gestión urbana mas importantes a los que se tienen que enfrentar los municipios, sino también de avanzar en formulas colaborativas de gestión de lo público. Navarra, la de poder seguir una senda que seguro en otras localidades hubiera tenido un fácil acomodo y el resto del Estado de saber dónde mirar a la hora de acometer experiencias innovadoras en el tratamiento de los residuos.

Después del trabajo con Alfonso, Parra y Sadurní, y terminadas mis licenciaturas, marché a vivir a Bilbao y entronqué allí con el movimiento asociativo de las personas con discapacidad, en el que aún milito y me desarrollo profesionalmente. Perdí un poco de vista los trabajos de Alfonso y con él, pero no la admiración y simpatía que siempre le he profesado. Muchas veces por teléfono y siempre que subía, por motivos personales, a su Pancorbo, o a Vitoria-Gasteiz – a visitar a su buen amigo Cibeles- o cuando venía a cualquier punto de Euskadi a dar conferencias o participar en debates, trataba de encontrarme con él. Me sentía un privilegiado al considerarme su amigo y poder seguir escuchando, en primera fila, sus reflexiones siempre punteras y normalmente atinadas. En algunas ocasiones, le invité a que participara en jornadas sobre las políticas sociales o laborales hacia las personas excluidas del sistema y, aunque yo sabía que era sacarle de sus líneas de docencia, tengo que decir que siempre era capaz, desde la perspicacia y la lucidez que siempre hace gala, de poner muchos puntos sobre ies.

Recuerdo, también ahora, como una vez estuvimos a punto de poner en marcha un centro de empleo para personas con discapacidad dedicado al reciclaje real de vidrio. Definimos los sistemas de recogida en los establecimientos hosteleros, conseguimos definir con claridad el tipo de contenedor preciso para un verdadero reciclaje de las botellas, contactamos con empresas embotelladoras que se mostraron, en principio, dispuestas a colaborar con nosotros, formamos a una veintena de jóvenes con diversidad funcional en las distintas rutinas del trabajo a desarrollar, conseguimos las lavadoras de botellas… pero nos topamos, finalmente, con el boicot activo del sector -mal llamado del reciclaje-  que fueron cercenando desde permisos administrativos hasta posibles mercados. Tengo que reconocer que pocas veces he sentido tanta impotencia como cuando veía que los del contendor verde (¿por qué verde?) se explayaban en costosísimas campañas publicitarias mientras fulminaban cualquier intento real de reutilización y reciclaje. La impostura de Ecoembes es una de las más grandes de los que ha sido uno testigo en su vida. ¿Ha sido?. Desgraciadamente no, pues uno tiene la sensación de que cada vez está más asentado y de que su estafa al presentar como reciclaje lo que no lo es, parece más afianzada, subliminalmente, en la conciencia de la mayoría de la ciudadanía.

Alfonso es, sin duda, una de las personas que con más contundencia ha denunciado el trabajo sucio de quienes, se supone, se dedican a limpiar de residuos nuestras ciudades. Su coherencia personal y ese no tener pelos en la lengua, tal vez le ha llevado a que muchos de sus planes e iniciativas, en esta área, nunca hayan visto la luz, pero sin duda su testimonio ha abierto los ojos a muchos sobre esto que califico de impostura planificada.

A estas alturas, ya os habréis dado cuenta de que profeso una nada disimulada admiración hacia Alfonso. Y tengo que decir que no sólo porque me parezca un auténtico tesoro intelectual o porque le recuerdo como actor fundamental  en la sociogénesis del ecologismo político, sino porque a lo largo de su vida me ha demostrado honestidad y coherencia. Honestidad a la hora de no claudicar ante quienes querían desdibujar sus posiciones y propuestas para hacerlas compatibles con intereses económicos espurios. Y coherencia porque su estilo de vida ha sido consecuente para con sus principios y valores. No seré yo quien relate aquí los cien detalles que me llevan a apuntalar mi consideración, pero cualquiera que le conozca sabe cuan alejado está tanto de las pautas de consumo convencionales que siempre ha criticado, como de la ostentación en cualquiera de sus formas. Podría adornar más el capítulo de sus virtudes hablando de su permanente disponibilidad para colaborar desinteresadamente en cualquier iniciativa social que le parezca de interés y su permanente movilización en favor de los sectores mas excluidos por esta sociedad dirigida por el capital, pero estoy seguro que de eso es conocedor cualquiera que le conozca.

Dejadme terminar, comentándoos que me satisface enormemente participar activamente de esta iniciativa de intentar compilar y poner a disposición de curiosos, activistas o estudiosos la obra de Alfonso del Val. Como ya habréis podido comprobar, se trata de una aportación ingente que creo que merece su divulgación y conocimiento. Este país, con tanto anónimo militante de causas justas tiene en él, sin duda, un compañero que ha sabido ponerles voz y sería una pena que los miles de folios por él escritos y las decenas de iniciativas por él desarrolladas quedara en los anaqueles de su biblioteca. Ojalá siga generando nuevas aportaciones, pero si de su teclado ya no salieran más, desde luego que ya habría en esta web referencias suficientes de su conocimiento y saber cómo para pasarse semanas y semanas tratando de abarcarlas. De vuestro tiempo no soy quien para disponer ni organizar, pero mi consejo de que se detengan en la lectura de sus documentos, es algo que estoy seguro apreciaran tras hacerlo.