Infancia y Adolescencia.
«De la comunicación por puntos y rayas al descubrimiento del poder de la palabra hecha discurso»

De la comunicación por puntos y rayas al descubrimiento del poder de la palabra hecha discurso

(Con revisión y agregados de Alfonso del Val) Madrid, 2020
“Entre tu pueblo y mi pueblo
hay un punto y una raya
La raya dice no hay paso
el punto vía cerrada
Y así entre todos los pueblos
raya y punto, punto y raya
Con tantas rayas y puntos
el mapa es un telegrama”

Fragmento de Punto y raya de Aníbal Nazoa

I.- Nacer de un matrimonio provinciano capaz de ver más allá del horizonte

Alfonso del Val y Muga, padre de Alfonso, nació en Foncea, un pueblo de La Rioja, en tiempos en que su progenitor se desempeñaba como Secretario del Ayuntamiento. Quiso ser ingeniero industrial, idea solamente realizable en la ciudad, en una España donde el mundo rural y el urbano estaban divorciados. Estudió un tiempo dicha carrera, el suficiente para dejar una huella en su hijo, dado lo bien que se le daban a éste las matemáticas desde temprana edad.
Una convocatoria de oposiciones para el puesto de telegrafista le desvió de su propósito inicial. La obtención del no 1 le permitió elegir destino, decidiéndose por Barcelona; ciudad donde la innovación y las ideas avanzadas confluían, al estar más cerca de Francia, país del cual solían venir los pensamientos progresistas.
Poco duró el telegrafista en Barcelona: vino la Guerra Civil y su padre fue asesinado por los falangistas en Burgos, y pudo saber por el telégrafo en Barcelona que lo mismo le iba a pasar a él.
Madrid le pareció un destino más seguro, su buen desempeño le permitió optar por una plaza en esa ciudad. Por relatos y vivencias familiares, Alfonso hijo descubre el trabajo de su padre en el Palacio de Telecomunicaciones (hoy “de Cibeles”), centro febril del Madrid republicano donde se izó, en 1931, la primera bandera republicana y, luego, uno de los pocos puntos de conexión con el exterior ante el ostracismo impuesto por Franco.
Nuestro entrevistado compara el telégrafo, en el que trabajaba su progenitor, con el internet de ahora. Razón no le falta: puede suponerse incluso a este buen señor como alguien que debió manejar información secreta o delicada, bien sea por razones de Estado o más simples, propias de la vida de cada familia. Tal vez, debió anunciar el natalicio de su hija María del Carmen y luego del propio Alfonso.
Foncea y Pancorbo son pueblos próximos, este último donde nació su madre, Carmen Rodríguez Varona. Pancorbo tuvo importancia histórica dentro del sistema de comunicaciones del centro de España con Francia, tanto por carretera como por ferrocarril, a través del corredor Irún-Hendaya. Pancorbo, que forma parte del Camino de Santiago, estuvo a punto de ser destrozado de un plumazo por un proyecto de autopista que Alfonso, de adulto, enfrentó. Algo corre por esas inmediaciones y los afluentes del Ebro que unió a los padres de Alfonso. Una fuerza que puede venir de muy atrás, sabiendo que al hoy modesto río Oroncillo se atribuye haber sido determinante en el proceso de conformación de La Horadada y del Desfiladero de Pancorbo y que el paisaje de Foncea es dominado por ese imponente accidente de la geografía.

II.- Padre proveedor y republicano, madre mujer valerosa.

Alfonso nos cuenta de su progenitor. Sabe que fumaba mucho y era incansable trabajador, soliendo dormir poco. Además de su puesto en el servicio telegráfico del Estado, en el cual destacaba por ser el Jefe de Negociado más joven y tener conocimientos de varios idiomas, trabajaba también en Italcable, una empresa italiana privada, cuyo nombre fue conocido en Brasil, Uruguay y Argentina.
Además de esa doble jornada, dedicó parte de su tiempo a hacer operaciones de bolsa. Tanto jaleo lo aliviaba con café y tabaco
En los relatos de Alfonso, la madre aparece siempre como constante, compañera, comprensiva, aunque también aleccionadora, capaz de, mediante el duro ejercicio de la aceptación, haber logrado esa mezcla necesaria de temple y paciencia para criar y educar a un hijo nada conformista.
La pregunta es quién se comunicaría más con el hijo: ¿el papá, cuyos puntos y rayas daban la vuelta al mundo o esta señora Carmen? Los hechos posteriores hablan por sí solos. Lo hasta ahora contado muestra que estamos ante la figura de un hombre convencido de su papel de padre proveedor. Los ideales republicanos de izquierda corrían por su sangre, pero más le preocupaba el bienestar de su familia. En la España de postguerra, también conocida como la de “los años del hambre”, las angustias de este señor de cara al futuro de su familia -madre, esposa e hijos- eran, cuanto menos, comprensibles.

III. Un contacto muy temprano y directo

Un día cualquiera, teniendo apenas tres años, se le pidió a Alfonso: “anda a despertar a tu papá”. ¿Quién sabe a qué hora se habría acostado la noche anterior este incansable trabajador?. Le tocó informar a la familia que el hombre dedicado a la comunicación universal aquella mañana ya no trasmitía nada más.
Un contacto tan temprano y directo con la muerte tal vez explique una parte de lo que hoy continúa siendo Alfonso: le interesa más la lucha ecológica-social que cuidar su propia salud.
Con este dato podemos armar otras partes del rompecabezas: la mamá tuvo que ser de aquí en adelante, madre y padre además de nuera. Tal vez del telegrafista a Alfonso, además del ya comentado talento matemático, le haya quedado su disciplina y voluntad contra viento y marea; también la capacidad de comunicar ideas, pero de la rama materna pareciera haber salido todo el resto del amigo sobre quien escribo estas notas.
Cuando la madre encaró cómo hacer para mantener a sus dos hijos y a su suegra sin haber trabajado formalmente hasta el momento (tal como lo dictaban las costumbres de la época), comprobó que el experto en código morse, se había apuntado a la pensión más baja prevista en un avanzado sistema de previsión social establecido al crearse el nuevo Cuerpo de Telégrafos, antes de la guerra civil. De ahí en adelante la supervivencia familiar se basó en la habilidad extrema para aprovechar los recursos, no desperdiciar nada, valorar cada trozo de lo que en otras familias podían considerarse basura.
Mientras millones de españoles se regaban por el mundo, esta familia siguió viviendo en España… ¿o más bien resistiendo? La fe católica pudo ayudar a seguir adelante a la madre, esa iglesia que habla de votos de pobreza, de resignación, de sacrificio para poder ganarse el cielo eterno; pero
Alfonso pareciera que aprendía una lección paralela.
Prever una pensión baja pudo haber partido de la convicción de que la muerte iba a ser algo lejano, dada su excelente salud habitual y no haber padecido enfermedades infantiles; razonando en cambio que trabajar mucho iba a sostener siempre a la familia. Una idea así no tiene nada de
religiosa pero supone una fe increíble en la vida. Por esa fuerza es conocido nuestro personaje.

IV.- Zapatos teñidos.

Tanto luchó nuestra temprana viuda que Alfonso pudo ir a la escuela, no estuvo entre los muchos de aquella España en la que miles no tuvieron siquiera acceso a la formación de “primeras letras”.
Alfonso entró en el colegio privado más cercano a su casa, de los frailes de La Sagrada Familia, SAFA, con 8 años.
Una de las vivencias allí fue que, a la hora de entrada, en el extenso patio de recreo cuando, formados como un ejército, se les obligaba, a entonar “montañas nevadas, banderas al viento, nuestras escuadras van…” se le llamó la atención porque usaba los zapatos blancos de verano, teñidos de negro. Por la lluvia, se notó la simulación y el cura dijo delante de todos sus compañeritos; “dile a tu madre que te compre zapatos de invierno”, logrando con ello despertar su malestar y resentimiento al entender que se le señalaba como el pobre del colegio en el que sus compañeros eran más ricos.

V.- Velas sin sombras

Un día cualquiera, el fraile encargó una tarea para hacer en casa: “Niños: dibujen una carabela”. El pequeño cumplió lo asignado; se le ocurrió hacerla de una forma que él consideró completa. Le puso cuanto detalle se le pasó por la cabeza. Se las arregló con el único instrumento que disponía – un lápiz- para dibujar lo más completo que pudo aquel boceto. Trazos, tramas, puntos y rayas completaron un barco de estos que hicieron a los españoles famosos allende los mares y, con el carboncillo del mismo lápiz, insinuó sombras y volumen en las velas. Lo entregado terminó pareciéndose mucho a un modelo auténtico.
Resultado: “Mira niño, no es correcto que tu padre te haga las tareas, estás suspendido, y espero que esto no se repita”.

Doña Carmen fue al colegio a suplicar; su hijo no tenía tal padre que lo ayudase: se trataba de un asunto de habilidad pura y sí era capaz de dibujar, a sus escasos 11 años, de esa manera. La cosa se arregló por aquella vez, pero Alfonso quedó convencido que hacer las cosas bien estaba mal.
Hicimos mención a estas pequeñas historias transcurridas en este colegio madrileño de obvia inclinación religiosa. ¿Acaso podía en la España de los años 50 existir un centro educativo que no entrara en esa categoría, fuese público o privado? Tiempos aquellos en que los términos “punición” y “prevención” fueron los centrales de las políticas “educativas”. Las escuelas no eran espacios de formación sino meras cárceles con horario para formar, a punta de reglazos o cualquier otro castigo humillante, a los obedientes obreros que necesitaba el “Estado español”, figura única en el mundo, ya que los países en el siglo XX, bien fuesen monarquías constitucionales o repúblicas, comenzaron universalmente a dotarse de constituciones que, al menos en lo formal, aseguraban la convivencia democrática entre los ciudadanos.
Alfonso no era un niño “normal”, ni un “buen chico”, de acuerdo con las severas, rígidas y absurdas normas con las que la sociedad franquista sometía a sus súbitos, ya que, aun no teniendo rey, la España falangista sólo esperaba obediencia de sus habitantes. Mi amigo no aprendió, al parecer, la lección de sus instructores, pero sí que no había espacio para el talento en su país.

VI.- Utiel: adolescencia en medio de la segregación y la acritud religiosa:

El internado de Utiel funcionó como uno de tantos del franquismo. Tanto catolicismo y el terrible maltrato que recibió durante los primeros años, con castigos físicos de una violencia extrema, favoreció el marcado ateísmo de Alfonso. Llegó allí por los esfuerzos de Doña Carmeni de darle la mejor educación posible, abriendo así el camino para que, aun siendo huérfano de padre, tuviera opción de entrar en la Universidad. El colegio del Beato Gálvez, al que podían acceder los huérfanos del Cuerpo de Telégrafos con buenas calificaciones escolares y previo examen, era privado y gestionado por los padres franciscanos de las órdenes menores. Sustituía al antiguo Colegio de la Benéfica de Telégrafos, creado antes de la guerra al constituirse el nuevo Cuerpo de telégrafos, que fue vendido durante el franquismo, huyendo su responsable al extranjero con el dinero.
Aquel adoctrinamiento, castigador, reglado, incuestionable, segregacionista para los becarios respecto a los de pago, fortaleció el espíritu crítico y rebelde de Alfonso. Los curas debían sopesar, cada dos por tres, cómo tolerar al ciervo descarriado pero destacado en tantas disciplinas, que no convenía tampoco sancionar más, puesto que “a quien brilla con luz propia, nadie lo puede apagar”, al decir del cantautor cubano Silvio Rodríguez.

VII. Descubrimiento del valor de la palabra hecha discurso

Un día los clérigos intentaron utilizar tácticas más sofisticadas para lograr que Alfonso y otro colega, también irredento, –el futuro médico vasco Julián Urcelay Ondona- se “encarrilaran”. Cuenta nuestro protagonista que el último año que ambos cursaron allí -1962- “ya no nos confesábamos ni comulgábamos y, en las Fallas, les dijeron a nuestros compañeros del curso preuniversitario, que, si conseguían de nosotros cumplir los dos sacramentos el día de San José, nos dejarían la llave del Colegio y así poder volver la noche del 19 de marzo, la cremá de las Fallas, a la hora que quisiéramos. No lo hicimos y, sin embargo, nos dejaron los curas la llave”.

Tampoco cambió aquel incidente otros aspectos: Alfonso continuó siendo seleccionado a fin de representar a la institución cuando se procuraba demostrar que los adoctrinados alumnos eran capaces de desempeñarse con fluidez ante los micrófonos de Radio Utiel o de participar como actor en obras de teatro en los actos de fin de curso en el teatro público de la localidad. Algo parecido sucedía si se trataba de publicar escritos en una revista escolar, Ecos de Nuestros Colegios que este internado valenciano publicaba conjuntamente con otro de la misma Orden situado en Tarancón (Cuenca).
Tan normales siguieron siendo las cosas que -cuando con motivo de la encíclica De Rerum Novarum de Juan XXIII, se estableció la participación de los fieles en la misa-, en 1962 los curas del Colegio le dijeron a Alfonso que diera la homilía dominical desde el púlpito de la iglesia del colegio, la más grande de Utiel, un domingo con el templo lleno en la misa mayor. Para Alfonso, al decir desde el púlpito “levantaos” o “sentaos” y apreciar que todos los fieles cumplían inmediatamente sus órdenes, significó descubrir el poder de la oratoria y del escenario.
Del hijo del comunicador de rayas y puntos surgió, en aquel momento, un brillante discursista para el futuro movimiento de defensa del ambiente.

VIII.- Pancorbo: nociones de ecología, ingenio y dignidad.

Pancorbo: (1) Libertad, ética y formación crítica.
¡Era mi libertad! Es la expresión de Alfonso cuando habla de Pancorbo, el pueblo natal de su madre y donde él pasaba los veranos en su infancia y juventud..
Continúa: “mi tío José era un personaje atípico, falangista, voluntario en la Guerra Civil; creador de La Falange de todo el entorno. Se intercambiaba cartas con Millán Astray” “Pancorbo fue fundamental en la guerra civil, dada su importancia para el acceso y comunicación por carretera y ferrocarril, tanto hacia el noreste como con el norte (eje de Euskadi, La Rioja, Burgos); fusilaron a medio pueblo, entre ellos a mi abuelo”.
El tío José fue alcalde, tras el final de la guerra. Pero, explica Alfonso, una vez instalados en el poder los franquistas, comenzó la corrupción, y entonces la enfrentó. Un día vino el Gobernador civil de Burgos a visitar el pueblo, y José salió y le dijo, en plena plaza y de manera clara aunque prudente y respetuosa, aquello que su ética le exigía denunciar. Éste respondió, palmeándole, “…Joselito…”. Como diciendo: “Te estás pasando…”.
José tenía un gran prestigio por su participación en la guerra: estuvo en el Frente del Ebro, participó de una forma tal que era considerado un héroe, fiel al Movimiento: “La Falange debía seguir siendo La Falange”. Alfonso comenta que el partido tuvo, entre sus contradicciones, algunas ideas socialistas; por ejemplo, haber desarrollado el mejor plan de vivienda social que ha tenido el país en toda su historia, los inmuebles de alquiler limitado que, 70 años después, sigue beneficiando a algunas familias.

Pancorbo: (2) Tío – padre en verano, referente y maestro.
Volviendo al tío Joséii, luego del incidente con el Gobernador, éste lo llamó a ir a Burgos; había el temor fundado de que los llamados a la capital provincial no volvían; la tía “Epi”, su mujer, le pidió de rodillas y lloró de que no “subiera” a la ciudad, y efectivamente no fue; pero, pasado algún tiempo, le echaron del puesto de Alcalde. No lo deben haber hecho de inmediato por el prestigio que tenía “Joselito”.
Alfonso sentía a su tío como un padre, y aprendió de él a pintar las ruedas de los carros con pincel, un artilugio que daba una presencia distinta a aquellos transportes, fuesen éstos nuevos o reparados (en términos de hoy, “reciclados”). Le encantaba ayudar en el taller…
La economía de Pancorbo era medio autárquica. Lo más relevante traído de fuera, por tren de Altos Hornos de Vizcaya, el hierro previamente procesado para que, en el propio pueblo, se pudiese producir artesanalmente, en la fragua alimentada con antracita, el acero necesario.
Al taller de José se traían robles, encinas y chopos de Pancorbo, prácticamente completos y, entre madera, hierro y acero, de allí salían carros y galeras para el uso en la agricultura y ganadería del propio pueblo y su entorno. Aquella producción artesanal y su uso poco afectaban el equilibrio de los bosques primarios locales y del resto del territorio.
A fin de producir tales cosas, evidentemente necesitaban energía eléctrica. Se contaba con una pequeña hidroeléctrica a 6 km, en Ameyugo, en el rio río Oroncillo (el mismo de Pancorbo). También había una tejería vecina que consumía electricidad y, cuando estaba en funcionamiento, las sierras del aserradero de José no cortaban bien. Entonces. el adolescente Alfonso comprendió relaciones como producción, sobrecarga… De allí que Pancorbo haya sido un referente en su formación autodidacta en temas energéticos.
José le contó además las peripecias de la llegada de los primeros motores al pueblo, tanto de combustión como eléctricos. Alfonso recuerda también las anécdotas de la emoción cuando las máquinas de coser eléctricas empezaron a facilitar el trabajo de las mujeres, y la alegría que producía reunirse en sitios iluminados. El tío supo responder a preguntas de su inquieto sobrino sobre tiempos, no tan remotos, en los que se dependía de energías producidas por burros dando vueltas a las norias para mover las sierras más grandes del aserradero.
Alfonso fue testigo de mejoras en el servicio eléctrico a medida que Pancorbo se incorporaba al sistema nacional, pero para él, ese “progreso” siempre le resultó dudoso; si la electricidad fallaba, los vecinos no podían hacer nada, a diferencia de cuando se organizaban excursiones a Ameyugo a ver qué podía repararse; y, con el tiempo, supo que la nueva energía provenía de fuentes fósiles, contaminantes. Nuestro protagonista conserva hoy la primera bombilla en uso, llegada a este pueblo de Burgos, en 1920.

Pancorbo (3) Caza y pesca
El admirado tío le enseñó a cazar y pescar, porque tenía maestría en ambos quehaceres. Cuando ya el cangrejo autóctono empezó a desaparecer, José le enseño a meter un cebo hecho con restos de rana para atrapar a ese crustáceo, que ya era muy difícil de conseguir.
También lo adiestró en apresar ranas. Así, uno y otro se destacaron en el pueblo por contarse entre los pocos que todavía conseguían aquella apreciada especie. Disfrutó de comer ancas, que su tía “Epi” las preparaba “divinas”. José llegó a enseñarle a curtir cueros, aunque quedó pendiente el cómo hacerlo con piel de culebras, al sobrevenir la muerte de su tío-padre. Alfonso conserva algunas pieles de culebra en Madrid, como a la espera de la lección que nunca tuvo lugar.
La madre de Alfonso, cuando éste cumplió 14 años, le compró una escopeta de perdigones. Un día cazó un pájaro “mosquitero” y el tío le dio una hostia; le dijo que no se le ocurriera matar más este tipo de aves, pues estos pájaros cazaban mosquitos. Eso hoy lo llamaríamos consciencia de la cadena trófica.

Pancorbo (4): Lecciones de reciclaje y ecología.
Los agricultores de Pancorbo se levantaban a las 6 de la mañana, y cada cual cumplía su tarea en el campo, bastante distanciados los unos de los otros; pero, al caer la noche, volvían y se ponían a charlar en grupos. Luego llegó el tractor, la mecanización, y se acabó aquello. Durante estas conversaciones, Alfonso aprendió mucho de agricultura y de ganadería.
Alfonso observaba que en Pancorbo no había basurero, pues nada se tiraba, a diferencia de Madrid, donde sí existía; los gitanos venían con un carro tirado por un burro, pasaban por los pisos recogiendo sobre todo basura orgánica, casi la única que se producía. Dada la corta edad de nuestro protagonista, si bien no intercambiaba con el gitano recolector pues pasaba a las 6 de la madrugada, sí tenía perfecta noción de su existencia, especialmente porque éste dejaba en diciembre una tarjetita con una poesía y se le daba un pequeño aguinaldo; durante el año el recogedor no cobraba por su labor. Esto le llevaría a Alfonso a investigar el tema de los gitanos y las basuras, descubrir cómo vivían entre ella y plasmar uno de sus tantos aportes memorables para el ecologismo español, contenido que
procuraremos comentar con fidelidad cuando tratemos su etapa adulta.
En Pancorbo ya no están ni José, ni “Epi”, tampoco Carmen ni las charlas con los campesinos y pastores. En nombre del conservacionismo, el Instituto de Conservación de la Naturaleza (ICONA) introdujo en la década de los 70 el cangrejo rojo americano, arrinconando aún más al autóctono de patas blancas; igual hizo plantando pinares, ordenando que los lugareños no pastorearan en ellos durante tres años, para asegurar su debido crecimiento.
Pasado este tiempo, ni los pinos habían crecido lo previsto, ni los pastores podían entrar con el ganado al monte. Comenzaron así los primeros incendios forestales. Las polémicas sobre las actuaciones del ICONA con el tiempo se extenderían por toda España, pero si hablamos de este pueblo, no podemos olvidar lo conocido de niño por Alfonso: hayedos, robledales, encinares, quejigares, coscojares, enebrales, rebollares, sabinares y pinares silvestres, entre otras especies que se podían apreciar en los Montes Obarenes.
Pancorbo fue, en definitiva, la mayor escuela del ecologista Alfonso del Val; por algo sería luego el escenario que lo llevaría a obtener su primera acción pública victoriosa, quizás el primer logro ambientalista de España, en una época que ni siquiera había recibido todavía el nombre de “transición”.

*Carmen Rodríguez Varona: Madre de Alfonso del Val
**Tío José, tío de Alfonso que vivió en Pancorobo, hermano de Doña Carmen